jueves, 31 de enero de 2008

Gratis


Y te encuentras con muchos de ellos por la calle, casi molestando -como, siendo sincero, alguna vez he pensado-, tomando prestado un pedazo de todos.
Lo que sabe lo transmite, en busca de unas monedas que le apuren algunos momentos. Lo que es, nos lo dice con ilusión, porque cree en ello, a través de unas bolas, o de un disfraz, y de la concentración necesaria para hacerlo lo mejor posible. Como todos en la vida.

Aprendemos cosas que nos van configurando, que sin ser nosotros, van diciendo mucho de lo que somos. Nuestra profesión se va convirtiendo en nuestro ser, siendo éste mucho mayor que aquella, no lo olvidemos. Y somos mucho más, infinitamente más que lo hemos aprendido en un momento determinado de nuestra vida. Si no fuera así, por cada libro que leyéramos, por cada persona con o sin café con la que conversáramos, por cada acontecimiento vivido, saldrían muchos yo diferentes.

Así, creo yo que todos somos un poco como el malabarista. En el momento en que aprehendemos algo estamos ya capacitados para ponerlo al servicio de los demás. ¿No es así como con el lenguaje? Sólo sirve si nos comunicamos con alguien. Muchas horas habrá ensayado para hacerlo de la mejor forma posible, porque su espectáculo estará garantizado en función del éxito en los ensayos... Sólo somos en la medida en que aprendemos a decir un tú, o a intuirlo, y en la medida en que escuchamos y vemos abrazado nuestro nombre por alguien.

Y todos somos un poco como la compañera que permanece agachada. Me suena y me recuerda a una mirada reverenciada de la realidad. Es dar oportunidad y compromiso al que tiene algo que decirnos. Y para eso hace falta pararse y contemplar...

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