Siempre me he preguntado por sus páginas. La llevo viendo ahí, desierta, desde pequeño. En lo alto de El Conquero, divisa las marismas como con miedo a mojarse los pies de su historia. Imagino sus años, con sus inquilinos ya en la historia de un cabezo, en la soledad de saberse acompañado por los tres a modo de tridente. Sombras abundantes en los días de calor y refugio inseguro en los de tormenta. Ladrillos encalados en las entrañas de sus muros y un techo plano que certifica ser del sur. En medio de casi la nada, a simple vista, un rastro de civilización: de vidas anónimas, espúreas, tranquilas al atardecer, de soledad quizá no pretendida.
Algún día me decida a subir y visitarla. Desearé paz, pediré permiso, y al irme, también perdón. Habré entrado en una historia que ya no es de ahora, pero que sigue siendo en el recuerdo de alguien. Porque ser y estar, para los inventores del football, es lo mismo...
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