jueves, 31 de enero de 2008

Gratis


Y te encuentras con muchos de ellos por la calle, casi molestando -como, siendo sincero, alguna vez he pensado-, tomando prestado un pedazo de todos.
Lo que sabe lo transmite, en busca de unas monedas que le apuren algunos momentos. Lo que es, nos lo dice con ilusión, porque cree en ello, a través de unas bolas, o de un disfraz, y de la concentración necesaria para hacerlo lo mejor posible. Como todos en la vida.

Aprendemos cosas que nos van configurando, que sin ser nosotros, van diciendo mucho de lo que somos. Nuestra profesión se va convirtiendo en nuestro ser, siendo éste mucho mayor que aquella, no lo olvidemos. Y somos mucho más, infinitamente más que lo hemos aprendido en un momento determinado de nuestra vida. Si no fuera así, por cada libro que leyéramos, por cada persona con o sin café con la que conversáramos, por cada acontecimiento vivido, saldrían muchos yo diferentes.

Así, creo yo que todos somos un poco como el malabarista. En el momento en que aprehendemos algo estamos ya capacitados para ponerlo al servicio de los demás. ¿No es así como con el lenguaje? Sólo sirve si nos comunicamos con alguien. Muchas horas habrá ensayado para hacerlo de la mejor forma posible, porque su espectáculo estará garantizado en función del éxito en los ensayos... Sólo somos en la medida en que aprendemos a decir un tú, o a intuirlo, y en la medida en que escuchamos y vemos abrazado nuestro nombre por alguien.

Y todos somos un poco como la compañera que permanece agachada. Me suena y me recuerda a una mirada reverenciada de la realidad. Es dar oportunidad y compromiso al que tiene algo que decirnos. Y para eso hace falta pararse y contemplar...

sábado, 26 de enero de 2008

En el Conquero

Siempre me he preguntado por sus páginas. La llevo viendo ahí, desierta, desde pequeño. En lo alto de El Conquero, divisa las marismas como con miedo a mojarse los pies de su historia. Imagino sus años, con sus inquilinos ya en la historia de un cabezo, en la soledad de saberse acompañado por los tres a modo de tridente. Sombras abundantes en los días de calor y refugio inseguro en los de tormenta. Ladrillos encalados en las entrañas de sus muros y un techo plano que certifica ser del sur. En medio de casi la nada, a simple vista, un rastro de civilización: de vidas anónimas, espúreas, tranquilas al atardecer, de soledad quizá no pretendida.
Algún día me decida a subir y visitarla. Desearé paz, pediré permiso, y al irme, también perdón. Habré entrado en una historia que ya no es de ahora, pero que sigue siendo en el recuerdo de alguien. Porque ser y estar, para los inventores del football, es lo mismo...

Gracias, guapa

Sometimes, algunas veces nos empeñamos en comulgar con pequeñas cosas que con el paso del tiempo constatamos que van quedando obsoletas respecto a nuestro hoy. Dicen, con toda la razón que el pasado es presente y que el presente es futuro. Todo ha de ir unido, del tal manera que nuestra historia (única, irrepetible, inenarrable del todo -incluso para nosotros-) es ayer, hoy y mañana.

Pero también es cierto que esa ventana se hizo con un tamaño determinado, y no otro. Es cierto que antaño cupo por ahí un televisor, o una radio, o un libro, o un hombre tumbado. Pero no una bañera o una cama. En otro tiempo puede que nuestras certezas fueran para nosotros las únicas, las más pasionales, las tremendamente inamovibles.

Observar y palpar la realidad no nos obliga a desprendernos de aquéllas, sino a transformarlas, a entrar de otro modo por la puerta o por otra ventana más grande. La diminuta cumplió su cometido. Y lo sigue haciendo hoy día: el de recordarnos que nuestro querido ayer nos regaló la tarjeta de visita que dice quiénes somos (nuestra identidad), qué somos aquí (nuestro querer) y por qué seremos (nuestra esperanza). Las tres, y subámonos al taburete, conforman nuestra verdad, que ríe, llora y abraza esa ventana minúscula diciéndole "gracias guapa por seguir estando ahí".